-Tengo la felicidad entre las piernas- pensó María para sus adentros, muy bajito, para que nadie, ni siquiera su conciencia, pudiera escucharla.Y siguió, intentó hasta que ya no pudo más. Había fracasado. Sabía de antemano lo que no iba a pasar, varios intentos fallidos le daban la razón.
Esas no son el tipo de cosas que una hijita de Dios piensa o dice o siente entre las piernas. Pero María nunca fue de las que se creyó el cuento de que la única función de su cuerpo era parir , como muchas veces escuchó decir al sacerdote en la misa del domingo. Ni siquiera le gustaban los niños. Siempre que veía niños, su mirada se llenaba de extrañeza. Eso del instinto materno era puro cuento, no podía ser normal.
-Es más divertido con alguien más- lo dijo con un poco de culpa, de nuevo para sus adentros.
Y era de esperarse, era la mayor de 8 hijos. Siempre tuvo niños que cuidar y padres que salvar, incluso de ellos mismos.
Por eso cuando estaba sola y le daba por explorar sus instintos (menos el materno) pensaba, y con justa razón, que había más que sólo eso. No conocía un orgasmo, pero una vez estuvo cerca de encontrarlo. Ahí, justo en su centro, estaba la cálida, única y verdadera felicidad.
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